Estamos comenzando a hacernos conscientes de la trascendencia real que supone el Covid-19 en nuestras vidas. Sin duda, estamos ante un momento histórico y realmente trascendente de la humanidad, con consecuencias similares, en múltiples ámbitos, a las que traería una guerra mundial.

La salud de toda la población, la sensación de seguridad, las libertades de movimiento o de actividad, la economía doméstica, el equilibrio económico del sistema en general, los valores más profundos, e incluso la política, se están viendo totalmente amenazadas por un pequeño virus que nos tiene, a buena parte de la población mundial, recluidos en nuestras casas. ¡Y esto tan solo está comenzando!

Vivíamos con una sensación de seguridad ficticia, creyendo que únicamente las amenazas “físicas” y tangibles podían afectarnos. Y hemos descubierto de repente que un minúsculo virus invisible, saltando fronteras e incluso océanos, es capaz de cambiar la vida de toda la población del planeta.

Estamos en un momento de enormes cambios y paradojas que nos deberían hacer reflexionar, y por supuesto nos deberían llevar a crear la nueva vida que nos espera con unos pilares más sólidos.

Ha tenido que llegar esta situación tan drástica para hacernos ver que las diferencias por clase social, poder adquisitivo, ideología, nacionalidad, raza o color, son tan irreales como la sensación de seguridad que teníamos. Nadie, sin excepción, y por supuesto sin culpa alguna, está exento de ser discriminado en estos momentos.

La globalización, en la que han primado por encima de todo los beneficios económicos, está en entredicho. El cierre de fronteras nos lleva a mirar hacia nuestro entorno más próximo, buscando una seguridad que la distancia limita.

El consumismo irracional al que nos hemos visto arrastrado por las agresivas políticas de comunicación, basadas en la manipulación, que buscan implantar creencias de “necesidad” en la gente, queda ahora en evidencia al hacernos conscientes de que podemos vivir sin todo eso que comprábamos sin pensar.

El cambio climático, en gran medida debido a los elevados niveles de contaminación que de forma sostenida en el tiempo venimos generando en todo el mundo, quizás, y sólo quizás, tenga un respiro.

El poco tiempo que, en las sociedades desarrolladas le dedicábamos a la familia y a los hijos, a quienes hemos venido intentando comprar con regalos para sacarnos de encima la culpa, ahora se convierte en una convivencia forzada, en la que, además de actuar como familia, nos vemos obligados a responsabilizarnos de la educación de nuestros hijos. Algo que muchos jamás habían hecho.

Esta situación nos ha hecho ver que la dualidad en la que habíamos entrado, radicalizando frecuentemente nuestras posturas al respecto del rol e intereses que había detrás de los diferentes tipos de “medicinas”, ha recibido un baño de realidad, poniendo en valor el trabajo de todo el personal sanitario, que se desvive por ayudarnos a todos a sobrevivir.

Afortunadamente estamos pasando toda esta experiencia con el apoyo de la tecnología. La comunicación con la familia y los amigos se mantiene, incluso en mayor medida que antes de llegar el Covid-19. Lo que ahora estamos descubriendo es la importancia de la presencia y el contacto físico con nuestros seres queridos.

El individualismo y la competitividad se habían convertido en el motor de buena parte de la sociedad. De repente, el trabajo en equipo, la solidaridad, el compromiso y la colaboración entre todos se ha convertido en fundamental para minimizar el impacto de esta crisis. Todos dependemos de todos.

Ante esta situación, podríamos centrar nuestra atención en el miedo por lo que podría llegar a pasar, en la sensación de vulnerabilidad una vez se han tambaleado todos nuestros cimientos, en la soledad o el estrés con el que cada uno vive el aislamiento, en la incertidumbre sobre el futuro, en buscar culpables de lo que estamos viviendo, en la sensación de pérdida de libertad, o lo que es mucho peor, en el dolor por la pérdida de algunos seres queridos.

Personalmente prefiero poner mi atención en las lecciones y aprendizajes que esta situación nos trae. Elijo poner mi atención en la solidaridad y el amor con el que desempeñan su trabajo todos los profesionales que velan en estos momentos por la población en general, en el redescubrimiento de la familia como pilar fundamental sobre el que se articula nuestra vida, en la asunción de nuestras responsabilidades como padres, en la desaparición de las diferencias ideológicas, raciales o físicas entre las personas, en la responsabilidad social y la colaboración, en la resiliencia y capacidad de superación que todos tenemos, en el descubrimiento de que podemos vivir con tan poco, y por supuesto, en la ilusión, optimismo y confianza en que el mundo que vamos a construir entre todos será mucho mejor que el que teníamos.

¡Son muchas las lecciones que podemos sacar si miramos hacia el lugar adecuado!

 

Ricardo Eiriz
Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO.
Creador del Método INTEGRA®