Una de las cosas que históricamente más me ha incomodado en mis relaciones de pareja han sido las recriminaciones por no haber hecho lo que ella esperaba que yo hiciera. En ocasiones tales recriminaciones derivaban incluso hacia un intento chantaje emocional, que afortuna-damente detectaba de inmediato.
Cosas tan típicas como olvidarte de un aniversario, y otras no tanto, como el no tener la inicia-tiva para proponerle ir al cine o al teatro durante unas semanas o meses, el no regalarle flo-res, o cualquier otra idea que ella pudiera tener en mente como expectativa, corría el riesgo de acabar siendo un motivo de discusión o enfado.
Afortunadamente hace muchos años decidí que jamás volvería a tener una pareja que actua-ra de ese modo, y desde entonces todo cambió.
Si esperas algo de tu pareja, díselo. Tu expectativa no tiene porqué ser compartida o siquiera conocida por ella. Lo que realmente se encierra en esa situación es una falta de comunica-ción, que lleve a conocer las expectativas de cada uno, y por supuesto de diálogo para encon-trar un equilibrio entre las expectativas de ambos.
Cada uno tenemos nuestra forma de entender la vida, y nuestras ideas de lo que queremos y nos gustaría. Todo ello proviene de las creencias que nos acompañan, y que nos permiten vivir experiencias acordes con esas creencias.
Cuando emitimos un juicio respecto a otras personas, o a sus actos, lo hacemos desde la im-posición de nuestras propias creencias. Lo que realmente hacemos es decir “mis creencias son mejores que las tuyas, y por eso puedo juzgar que lo estás haciendo mal”.
Ahora bien, en realidad, todas las creencias son “correctas” para vivir las experiencias que cada uno vive. En el plano del desarrollo espiritual todas las creencias son válidas, ya que nos permiten ir por un camino u otro, tener una evolución.
Hace varios años opté por vivir la vida libre de todo juicio. Esto me ayudó a aceptarme a mí mismo y a los demás tal y como somos, sin sentirme mal cuando las personas no actuaban del modo en el que a mí me gustaría.
Ir por la vida sin juzgar te da libertad interior para disfrutar plenamente de cada instante. Te hace libre en las experiencias que vives, con independencia de los demás.
Personalmente me encantan las personas que también van por la vida libres de juicios, sin hablar mal de nadie, sin recriminar nada a los demás, sin intentar hacer chantaje emocional a otros para conseguir lo que quieren.
Pero hay quien confunde el “no juicio” con la “imparcialidad”, pero son cosas totalmente dis-tintas.
El no juicio pasa por no imponer tus creencias por encima de las de los demás, pero no pasa por hacer tuyas sus creencias.
Yo puedo no emitir juicio ante un ladrón, al considerar que está actuando de acuerdo a sus creencias, y que probablemente es lo que le corresponda vivir para su proceso evolutivo, tanto a él como a las personas que se ven afectadas por sus actos. Lo que no voy a hacer es decir que está bien lo que hace, ya que mis creencias no comparten esa forma de actuar.
El no juicio tampoco significa que te de igual lo que suceda, y dejar de trabajar para construir un mundo alineado con tu forma de entender la vida. Al contrario, no juzgar te permite libe-rarte interiormente de una gran carga emocional que te frena, y te impide avanzar con ligere-za por la vida en la dirección que tú eliges.
Con el tiempo he aprendido a liberarme de los juicios, he aprendido a no juzgar a los demás por lo que hacen. Pero no soy imparcial. Yo creo en un mundo de paz y felicidad, y trabajo para que el mayor número de personas conecten con esa hermosa vibración.
Ricardo Eiriz
Creador del Método INTEGRA®
Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO.