¿Te ha sucedido alguna vez que tras conectar intensamente con una emoción has hecho cosas de las que te avergüenzas, o de las que te has arrepentido, o simplemente has tenido reacciones en las que no te reconoces?

Si te ha sucedido, tranquilo, no estás enfermo ni estás mal de la cabeza. Este tipo de respuestas son algo muy habitual, y como verás a continuación, totalmente natural.

Conectamos con emociones como respuesta automática a los estímulos que recibimos, desencadenando reacciones a nivel físico, mental y, por supuesto actitudinal.

Desde quedarte paralizado sin poder reaccionar hasta tener reacciones airadas y violentas, podemos encontrarnos con un sinfín de respuestas de todo tipo que, de no mediar una emoción, no tendríamos.

Una emoción como el miedo puede paralizarte por completo. Los celos y la envidia pueden llevarte a ser altamente destructivo para ti mismo y para los demás. La rabia y la ira pueden sacar de ti reacciones agresivas y violentas. El aburrimiento y la apatía pueden restarte toda iniciativa. Y, ¿qué decir de la ansiedad?, que habitualmente dispara un amplio rango de respuestas fisiológicas como aumento del ritmo cardíaco, respiración acelerada, sudoración, temblores, cansancio, agitación, nerviosismo, etc.

El motivo radica en que las emociones se activan como una respuesta inconsciente, que no pasa previamente por nuestro pensamiento, y que además limita la capacidad de este último.

Cuando conectamos intensamente con una emoción activamos una serie de redes neuronales en nuestro cerebro, especialmente en el hemisferio derecho, también llamado hemisferio emocional, al tiempo que desactivamos otras conexiones en los lóbulos prefrontales del cerebro, y limitamos la conexión entre ambos hemisferios.

Nuestro pensamiento radica principalmente en los lóbulos prefrontales, de modo que es allí donde tenemos la capacidad de pensar, de razonar, y de encontrar soluciones a los problemas.

Cuando las emociones nos llevan a apagar parcialmente los lóbulos prefrontales del cerebro, estamos limitando nuestra capacidad de pensar y de razonar. En ese momento, tenemos menos capacidad para hacer uso de nuestra inteligencia. En consecuencia, las emociones reducen nuestra inteligencia, o lo que es lo mismo, las emociones nos hacen tontos.

Con esto no quiero decir que debemos dejar de sentir emociones. Lo que tenemos que hacer es no dejarnos llevar por esas emociones, o lo que es lo mismo, no debemos quedar secuestrados a nivel mental y emocional por ellas.

Una gestión emocional eficiente pasa por reconocer en nosotros mismos cuando se produce una activación emocional, y actuar para eliminar esa conexión con rapidez.

Si entendemos que esa activación se produce a nivel subconsciente, es allí, en nuestras memorias subconscientes, donde debemos actuar para eliminar dicha respuesta emocional.

Vivir secuestrados continuamente por las emociones o vivir con paz interior es una elección personal.

Afortunadamente, todos podemos hacerlo, ya que el subconsciente está accesible y es totalmente moldeable para cambiar aquellas programaciones que nos desagradan.

 

Ricardo Eiriz
Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO.
Creador del Método INTEGRA®