Los que nos dedicamos a ayudar a otras personas en ocasiones vamos por la vida queriendo cambiar la vida de los demás, incluso sin que nos lo pidan, o incluso sin que ellos lo deseen.

Esta forma de actuar no parte de una necesidad de los otros, sino de una necesidad nuestra para sentirnos bien haciéndolo. Lo que hay detrás es la no aceptación del prójimo tal como es; la no aceptación de sus valores y sus creencias; y también el juicio de que determinadas experiencias como el sufrimiento o el dolor no deberían existir.

Cuando tenemos la necesidad de ayudar a otros sin que nos lo pidan y lo deseen, no estamos respetando su libertad para decidir su propia vida.

Cada uno de nosotros hemos venido a esta vida a vivir experiencias que nos permitan evolucionar y llevar a cabo un determinado crecimiento espiritual. Con independencia de que nos gusten más o menos, todas las experiencias que vivimos son válidas y correctas para llevar a cabo ese crecimiento.

Entre esas personas a las que habitualmente queremos ayudar y cambiar su vida sin que nos lo pidan están nuestros hijos. Pensamos que al haberlos traído a este mundo nos pertenecen, de debemos cuidarlos y protegerlos para que sean como nosotros queramos, ignorando que son seres individuales con sus propias capacidades, virtudes y defectos, que tienen el mismo derecho que el resto de personas a decidir y vivir sus propias experiencias, aunque nuestras creencias sean opuestas a las suyas.

Si te paras a reflexionar unos instantes te darás cuenta que la forma de ver la vida que tienes ahora mismo dista mucho de la que tenías cuando eras adolescente. Las experiencias vividas a lo largo de tu vida te han llevado a construir una visión del mundo y de ti misma que ha ido evolucionando, en muchos casos incluso “a peor” de la que tenías de joven. De hecho, si te dejaran probablemente elegirías regresar a ese momento previo de tu vida para tener la oportunidad de tomar decisiones diferentes y vivir experiencias distintas.

Nuestros hijos también tienen el derecho a vivir sus propias experiencias y aprender de ellas. No debemos obligarles a aprender de nuestras experiencias, sino de las suyas propias. Ahí es donde está el verdadero aprendizaje que ellos deben tener.

Cuando le ponemos a nuestros hijos nuestras gafas de colores, les impedimos crear las suyas propias, y ponemos su atención en nuestros miedos, generados como consecuencia de nuestras capacidades y limitaciones. Pero nuestros hijos tienen capacidades diferentes, y nuestra responsabilidad como padres es permitirles identificarlas y desarrollarlas al máximo.

Ayudar a otros a cambiar sus vidas está bien, de hecho nos permite elevarnos vibracionacionalmente, pero siempre y cuando lo hagamos desde el respecto y la aceptación del prójimo y de su libertad para decidir ser ayudado o no.

Recuerda siempre que toda ayuda al prójimo que nazca de ti mismo y no de la solicitud de ayuda del otro, en realidad se trata de una ayuda hacia ti mismo que busca satisfacer tu propia necesidad de sentirte bien ayudando al prójimo.

Por supuesto, no es nada malo ayudar al prójimo, al contrario. De hecho, yo mismo me dedico profesionalmente a ello. Pero deberíamos eliminar nuestra propia necesidad de ayudar, y convertirla en una predisposición a ayudar. Deberíamos actuar siempre con respeto al prójimo, de modo que cualquier ayuda siempre nazca de la necesidad y solicitud del prójimo para ser ayudado.

 

Ricardo Eiriz
Creador del Método Integra®