Todos y cada uno de nosotros somos responsables de nuestra propia vida. Por activa o por pasiva estamos eligiendo en cada momento. Cerrar los ojos a esa realidad, dejarte llevar por las decisiones de los demás, o renunciar conscientemente a vivir de forma proactiva tu vida no te libera de dicha responsabilidad.

Además, si tienes hijos pequeños esa responsabilidad se amplía también a ellos, ya que como responsable legal has de tomar muchas decisiones que condicionan su desarrollo.

La vida, en su dinámica de cambio continuo, nos lleva a tener que tomar decisiones a diario. Algunas son sencillas, como por ejemplo la ropa que nos ponemos, la comida que elegimos o el recorrido que hacemos para llegar a nuestro trabajo. En otros casos las decisiones suponen un reto mayor, como acercarnos a esa persona que nos gusta, decidir cambiar de trabajo, o escoger casa.

Hay personas que por falta de autoestima y de confianza en sí mismas prefieren que sean otros quienes decidan, aunque no les guste la decisión y se sientan mal internamente por haber actuado de ese modo.

Por ejemplo, hay quien por mucho que le guste una determinada persona no es capaz de acercarse a ella y se dedica a esperar, esperar y esperar que, “por arte de magia”, esa persona aparezca en su vida. Lo normal es que nunca suceda, y se quede para siempre con el “¿qué habría sucedido si me hubiera atrevido?”

Cuando les preguntamos a estas personas si les gustaría actuar con iniciativa y seguridad, la respuesta siempre es la misma, “por supuesto que sí”. Entonces, ¿por qué no lo hacen? Porque inconscientemente no están preparados para ello.

Son muchas las memorias inconscientes que nos frenan, impidiéndonos asumir las riendas de nuestra vida. Nos guste o no, las experiencias pasadas siempre dejan huella. El modo en el que nuestros padres nos trataron, la confianza que depositaron en nosotros, cómo se comportaron nuestros maestros con, el modo de actuar de nuestros compañeros del colegio, la respuesta que recibimos del primer chico o la primera chica a la que nos acercamos, etc., componen un sinfín de experiencias de las que nuestro subconsciente se fue alimentando.

Como consecuencia de todas esas vivencias, hemos acumulado traumas y bloqueos emocionales, hemos reprimido emociones, hemos desarrollado lealtades inconscientes, etc., y hasta nuestra alma pudo haber sufrido alguna herida.

Si todo eso fuera poco, las creencias respecto a cómo somos, cómo es el mundo y cómo nos debemos relacionar con él “de un modo seguro”, también se han ido conformando en base a esas experiencias vividas, conduciéndonos a repetir una y otra vez los mismos comportamientos y reacciones. De ahí que una persona a quien le cuesta tomar decisiones y asumir su responsabilidad, mantenga ese comportamiento habitualmente en todos los ámbitos de su vida.

Si a eso le sumamos la programación sistemática a la que estamos sometidos por los medios de comunicación, especialmente en momentos como el actual donde el miedo se ha convertido en el eje vertebral de la comunicación “oficial”, es normal encontrarse con tantas personas que delegan sus decisiones en “el sistema”, incluso en aspectos tan fundamentales como el mantenimiento de su propia salud.

El modo en el que afrontamos las decisiones determina nuestro posicionamiento ante la vida. Lo queramos o no, somos responsables, y aunque elijamos que sean otros quienes decidan por nosotros, seguimos siendo responsables de las consecuencias de esas decisiones.

Basta con mirar alrededor para darse cuenta de que el mundo no es de los indecisos, y mucho menos de quienes delegan continuamente en otros sus decisiones. El mundo es de aquellos que asumen sus responsabilidades, que se informan y tienen criterio propio, que tiran adelante a pesar de las dificultades con iniciativa y determinación, que piensan en positivo y buscan siempre las oportunidades. 

Ser de un grupo o del otro no lo marca el lugar donde naces, ni la familia en la que caes, ni el gobierno de turno, ni las circunstancias que te haya tocado vivir. Ser de un grupo o del otro depende exclusivamente de la elección que cada persona hace y de su programación a nivel subconsciente.

Afortunadamente, la programación subconsciente la podemos cambiar, así que todo queda en tomar la decisión. ¿Cuál es la tuya?

 

Ricardo Eiriz
Creador de Método INTEGRA
Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO